Recent Posts

viernes, 14 de marzo de 2008

Los diez días en que Buenos Aires pretendió ocultar la oscuridad

Foto: Obras en la Casa Rosada, para el recibimiento de Campos Salles

Siendo presidente de la República del Brasil,
el doctor Manuel Ferraz de Campos Salles (1846-1913),
arribó en visita oficial a Buenos Aires en 1900.
Inusualmente para el protocolo las autoridades prepararon
un fastuoso recibimiento que fue origen de comentarios que perduraron
por más de una década. En florido y brillante estilo las notas periodísticas describían los detalles del acontecimiento.

La llegada de Campos Salles fue un gesto de alta política que alivió el sentimiento preocupado de la población de Buenos Aires dominado por el fantasma bélico, resultante de los conflictos limítrofes existentes, aún sin solución. Esta visita retribuía la realizada el año anterior por el presidente Julio A. Roca a Río de Janeiro, ambas con finalidad de reforzar la concordia internacional.

Lo original de la llegada del presidente M. Ferraz de Campos Salles fue el recibimiento fastuoso, hasta la exageración, que se le brindó aquél 25 de octubre de 1900.

La comitiva presidencial lo recibió en el recientemente construido Puerto Madero. Desde donde fue conducido al palacio Devoto que se hallaba en la esquina N.O. de avenida Callao y Charcas, cedido por su dueño a la Comisión de Homenaje, para ser puesto a disposición del mandatario brasileño. El trayecto estaba recubierto de flores y engalanado con arreglos especiales, ordenados por el intendente Adolfo J. Bullrich.

Este suceso motivó la filmación del primer noticiero argentino realizado por el fotógrafo Eugenio Py. Se registraron las principales escenas del desembarco del visitante, y esa misma noche, se proyectaron en la Casa de Gobierno.

Los efectos luminotécnicos constituyeron el detalle más sobresaliente de aquella faraónica recepción: los arcos voltaicos y las luces de bengala iluminaban, otorgándole un brillo especial a la flota fondeada en el río. La luz fue el epicentro de la celebración y vehículo del ánimo bullicioso del pueblo.

Los árboles de la Avenida de Mayo, parecían plumeros iluminados; la Avenida callao mostraba columnas transparentes con guías formadas por lamparitas eléctricas, revestidas de celuloide con los colores argentinos y brasileños.

En el Palacio del Congreso –aun en construcción- se instaló un poderoso foco que iluminaba en toda su extensión a la Avenida de Mayo. Un dispositivo permitía girarlo hacia el norte y, entonces su haz llegaba hasta el Palacio Devoto donde se alojaba Campos Salles.

El centro de la ciudad recibía la luz de 70.000 lámparas eléctricas y 20.000 antorchas, volviendo imposible el reflejo de sombras en su perímetro. En la Plaza de Mayo, la pirámide fue recubierta por un armazón metálico construido especialmente para sostener las luces que la iluminaban; es el mismo que actualmente se utiliza como jaula para los cóndores en el Jardín Zoológico de Buenos Aires.

En su permanencia de diez días entre nosotros Campos Salles, de seguro encandilado por tanto resplandor debió cumplir


un nutrido programa de actos, dentro y fuera de la ciudad. Estuvo en Talar de Pacheco, en el Mercado Nacional de Frutos, en la Exposición Rural Argentina y en la estancia La Martona de Carlos Casares. Asistió a un banquete en la Casa Rosada, a una recepción en el Centro Naval; a la velada de gala en el Teatro Opera y al baile del Jockey Club, que organizó en su honor una carrera denominada: Gran premio internacional. El programa de agasajos incluyó una parada militar, un corso de flores y un desfile de ciclistas.

El boato que el gobierno argentino desplegó para recibir al mandatario brasileño, fue objeto de críticas durante mucho tiempo.

Tal es así que doce años después todavía se oían comentarios sobre el vestíbulo rojo, los granaderos de gran gala, pajes, alabarderos, una pomposa marquesina en la escalinata norte de la Casa Rosada que contenía una galería tropical.

Por su impacto en la ciudadanía de aquellos tiempos, quedó fijada, también, la ostentación del ropaje de las damas que lucían “crepe de Chine” brocato, raso, lamé, diademas de brillantes, vinchas de perlas, gasas, tules, etc.

La ironía de tanto esplendor imperial, le hizo decir a un cronista en la segunda década de este siglo “¿Qué diablos les costaba haber puesto un ujier? Buenos Aires está lleno de pelagatos que hubieran hecho un buen ujier por sólo dos o tres pesos y una cosa de vino que les diesen al salir”

.............................................


© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna 
Versión para Internet del artículo publicado en Febrero de 1993



*Este artículo se encuentra protegido por las leyes de derecho de autor, se prohíbe su reproducción total o parcial sin la autorización escrita de sus autores.
*La bibliografía y documentación que lo sustenta, puede solicitarse al correo del blog
.