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jueves, 7 de mayo de 2009

Heroínas de la Resistencia popular: Manuela Pedraza

JUNIO de 1806: LA RECONQUISTA




A la dulce tentación del libre comercio, la aristocracia respondió
con vasallaje y zapallos en almíbar,
mientras el pueblo organizaba la resistencia desde la trastienda
de una librería.
Conocidas o anónimas, las mujeres desempeñaron
en ella un papel destacado.





Derrotada en Trafalgar, después de 1805, la situación política española era sumamente complicada, mientras que Inglaterra se pertrechaba militarmente. La corona española comenzó a tener certeza de un desembarco inglés en el Río de la Plata, justamente cuando los británicos, en su afán de anexar el Cabo de Buena Esperanza – punto estratégico para el control marítimo con el este- realizó a fines del mencionado año una maniobra de encubrimiento por la cual tocó Brasil antes de dirigirse a El Cabo.

En ese momento el virrey Sobremonte instaló las fuerzas militares en Montevideo; al enterarse de la ocupación inglesa del Cabo de Buena Esperanza, consideró alejado todo peligro para estas costas del río.

Sin embargo la oficialidad británica emprendió rumbo hacia Buenos Aires y la atacó por sorpresa el 25 de junio de 1806. Desembarcaron en Quilmes. El virrey que esa noche estaba en el teatro, recibió la noticia y su primera reacción fue reunir el tesoro huyendo con él a Córdoba.

Beresford quebró fácilmente las tres líneas de resistencia; una sobre las barrancas de Quilmes, otra en los Altos de la Convalecencia (terreno entre los actuales hospitales Rawson y Moyano) y, la tercera en la intersección de las hoy denominadas calles Bolivar y Caseros.

La población porteña, mientras, permanecía en sus casas, escuchaba el chapoteo de los 1500 hombres de Beresford, que con seis cañones y dos obuses tomaron el fuerte. Apenas ingresados a él, el jefe de los astilleros británicos inventarió las armas que las autoridades españolas del virreinato no habían querido entregar ni al pueblo criollo, ni al español. Esto hizo que en un primer momento no se pudieran organizar las milicias de resistencia.

Con la larga astucia de los hijos de Albión, en su primer bando Beresford hizo saber de su respeto por la religión católica, de la protección sobre la propiedad privada; que todo lo demandado seria pagado y, hasta tanto se conociese la voluntad de la majestad británica, se gobernaría por las leyes municipales existentes, gozando además del libre comercio. A esta altura, el Cabildo y todas las autoridades civiles y eclesiásticas se habían rendido, prestando juramento de fidelidad a la corona inglesa, con la promesa de la quiebra del monopolio, la aristocracia porteña cayó bajo sus pies. Así fue que conocido el apetito goloso del conquistador, comenzaron a llegar a su casa, fuentes de dulce de leche y zapatos en almíbar, eran fuentes de plata que el jefe invasor tomaba como obsequio y encajonándolas como había hecho con el tesoro que en Lujan le había arrebatado a Sobremonte, las enviaba a Inglaterra.

Estas familias se disputaban a los rubios intrusos en sus tertulias. Así ellos descubrieron que esta “bárbara sociedad” no tomaba té, dormía mucho y, que sus mujeres sufrían demasiadas jaquecas. Por su influencia se quebró la severa cortesía española; la sociedad criolla aprendió a brindar con la copa en alto, a cambiar el cubierto con cada plato, a estrechar la mano en señal de saludo y presenció algún partido de cricket, lo que anticipó el influjo inglés en nuestro deporte, como quedó demostrado con el fútbol. También introdujeron la rabia conjuntamente con sus perros.

No toda la población tuvo idéntico comportamiento.

La resistencia comenzó a organizarse en la trastienda de una librería. Desde allí se distribuyeron órdenes y dinero; clandestinamente se reunieron cientos de vecinos criollos y europeos, pero no tenían ni un plan, ni un jefe.

Hasta que apareció Santiago de Liniers el 12 de agosto, el francés que había organizado la resistencia desde Montevideo, le hizo llegar a Beresford la intimación. La lucha organizada y finalizó con el general inglés arrojando su espada desde el Fuerte en señal de rendición.


Manuel Pedraza, “la tucumanesa”

Entre tantos anónimos residentes, los días 10-11 y 12 de agosto, Manuela “La tucumanesa”, luchó codo a codo con su marido “con el que formaba una pareja de leones”. Según el documento que más tarde le otorgara el grado de subteniente de infantería “era una mujer varonil con alegría de presagio de victoria”, que acaudilló grupos de guerrilleros de todas las edades, los cuales arrastraron cañones hasta la Plaza Mayor.

En el fragor de la lucha su marido murió atravesado por una bala; ella levantando su fusil mató al inglés que le había disparado.

De esta heroína apenas se sabe que años después continuaba viviendo en Buenos Aires, aparece en un juicio por desalojo de una pieza que alquilaba y, que terminó sus días trastornada y en la miseria. 


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© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna

*Este artículo se encuentra protegido por las leyes de derecho de autor, se prohíbe su reproducción total o parcial sin la autorización escrita de sus autores. Publicado en Junio de 1994.

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